El
Celta Errante ha muerto.
Humanos,
soy Mórrígan, Diosa de la Guerra. La mayoría de vosotros no me
conocéis porque sois unos ignorantes de lo que hay más allá de
vuestro mundo material, y solo os preocupa consumir y ver la
televisión. Pero no os preocupéis, como Diosa que soy estoy por
encima de vuestras frivolidades y de que destruyáis el Planeta
Tierra en el camino.
Es una
pena que destruyáis el planeta que los Dioses hemos creado para
vosotros, y, a la vez, es vuestra decisión destruirlo o no. A
nosotras nos da un poco igual, pues igual que hemos creado este
podemos crear cientos o miles de planetas más, y desarrollar la vida
en ellos. Pero a vosotros no os da igual, pues no vais a poder vivir
fuera del planeta.
Como
Diosas y Dioses nos limitamos a observar lo que hacéis, como
actuáis, y a reírnos de vuestras gilipolleces. Es como si
estuviéramos viendo una tragedia celta en el teatro, a la par que
somos conscientes de nuestros poderes y nuestra capacidad de
intervenir en cualquier momento, pasado, presente o futuro, en
vuestras vidas y cambiar lo que nos venga en gana. Eso es lo que
hacíamos hace miles de años, pero también nos aburrimos de ello...
El
Celta Errante vino a verme. Rara vez recibo visitas, pues soy una
Diosa que me muevo en los campos de batalla. Soy yo la que va a
recoger a la gente que muere como héroes, y no al revés. Los héroes
no vienen a mi palacio a pedirme que les quite la vida.
El
Celta Errante acudió a un santuario, al de una de nuestras hermanas
menores, bajo la figura de una virgen católica. Un santuario situado
en un monte, teniendo a sus pies un hermoso río remansado. Se sentó
sobre una peña y me invocó. Tantos humanos me invocan, a los que
ignoro por completo, que él no fue más que uno más... en un
principio. Pero era tenaz. Estuvo minutos, horas. Entonces se
levantó, dió un paseo por el jardín, comió unos vegetales de su
propio huerto ecológico, y se volvió a sentar, mirando hacia el
infinito azul y marrón que conformaban el cielo, el monte, el río,
la tierra desnuda que antaño cubría el agua. Siguió invocándome,
minutos, horas, horas y horas.
Al caer
la noche, como buena Diosa de la Muerte, me presenté ante él en la
oscuridad, con mi propia oscuridad, y estuvimos hablando.
- Aquí no hay ninguna batalla. - le dije.
- Hermosa Mórrígan, sí la hay. - me dijo, con lágrimas en los ojos.
Miré
alrededor con gesto un tanto teatrero, de tragedia celta, un tanto
exagerado. Mi túnica roja ondeó sin viento, mi mirada se extendió
por todo el entorno. El templo, el jardín, el monte, el río...
- ¿Dónde están los caballos, los guerreros, los héroes?
- Todos muertos.
- Yo no los veo.
- Si me permites elevarnos juntos, te los mostraré.
Nos
alzamos por encima de los montes y del río, por encima del tiempo en
el que nos encontrábamos.
- Ves – me dijo – los pueblos están muertos. La gente está muerta, sin vida, sin proyectos, sin objetivos, esperando la muerte, cuando no corriendo hacia ella, dejando poco a poco que todo a su alrededor muera y que la naturaleza siga su curso y acabe por recuperar lo que hace poco más de mil años comenzó a roturarse y construirse. Seguir caminando sin más hasta esperar tu visita.
- No. Yo no les visitaré. Yo soy la Diosa de la muerte en el campo de batalla, y ellos no son guerreros. - dije alzando la voz - Eso es cosa de... esto... - mierda, como falla la memoria cuando eres eterna - ¿cómo se llamaba este diosecillo que se encargaba de la muerte de las personas normales? Joder, si estuve tomando unas guinness con él hace poco hablando de lo de Siria, de si eran míos o suyos...
- El río está muerto.
- El río está muerto, sí.
- ¿Y acaso no es un héroe, que, tras miles de años, el cambio climático antropogénico lo haya matado?
- Tagus es un héroe. Pero es Íbero, no es mío.
¿Quién
era el Celta Errante para decirme como realizar mis funciones de
Diosa?
- Vamos al grano. Como Diosa tuya que soy ¿Qué quieres de mí?
- Quiero que te lleves mi alma, pues he perdido la batalla. Soy uno más de los muchos muertos en la batalla. Muchos antes que yo han luchado para mantener Auñón vivo, para mantener el mundo rural vivo. Muchos antes que yo han muerto en la lucha. No soy más que uno más.
- Pocos guerreros me han pedido que me los lleve antes de morir. ¿Por qué tendría que hacerlo contigo?
El
Celta Errante me miró a los ojos, algo no permitido a los humanos, a
los mortales. Nos miramos, y percibí en su mirada que no era el
primer Dios con el que hablaba, que los ángeles mensajeros le traían
noticias de lo divino con frecuencia. Percibí que su vida transitaba entre los dos
mundos.
- Cuéntame tu historia, Celta Errante, para así decidir si llevarme tu alma o no.
Y el
Celta Errante habló, como creo que nunca lo había hecho antes en
este blog.
"No
es la primera vez que invoco a un Dios. Mi comunicación con los
Dioses ha sido fluida desde que tuve conocimiento de los mismos. No
quiero aburrirte, con lo que no me enrollaré. Tras súplicas y
súplicas a todos los Dioses Celtas y no Celtas conseguí una pieza
de sabiduría, casi un poder de Dioses. Saber lo que va a ocurrir
puede ser una bendición, pero también una maldición. Como Abraxas,
el Dios del bien y del mal. Un Dios de lo positivo y lo negativo que
implica tener cualquier cualidad en la vida.
El
conocimiento del pico del petróleo, del pico de los minerales, del
pico de la energía neta...
El
conocimiento del colapso ecológico, del colapso civilizatorio, del
colapso humano que estamos sufriendo.
Y no
soy el único con este conocimiento. Somos muchos, pero pocos.
Y la
maldición de Casandra surge siempre, pues como toda maldición
divina, es una maldición eterna, aunque no te llames Casandra. La
maldición de, sabiendo lo que va a ocurrir, ser ignorado por todos
los que te rodean.
Acudí
a Daghdha, el Dios Supremo. Tras una larga conversación me encomendó
una misión, la cual es.... (y me contó cuál era su misión, que no
puede ser escrita en el blog pues forma parte de un contrato privado
con una divinidad )... y al despedirme, me dijo que era un guerrero, me
dio armas, me dio su bendición, y me mandó marchar hacia tierras
extrañas.
Y he
fracasado. Muchos son los hitos, las acciones que no han salido como
yo quería y esperaba, te haría un resumen de todo que se ha torcido
en esta batalla pero no quiero aburrirte, si eso ya tomando unas
guinnes te cuento...
He
fracasado, y el cierre de la tienda marca el final de la batalla.
Pero nadie me matará, nadie acabará con mi vida, nadie cerrará
este ciclo por mí. Por eso te pido tu ayuda, para que me
proporciones la buena muerte, la que le das al guerrero herido de
muerte, que no teme su propio dolor sino el de la gente que le
rodea."
El
Celta Errante acabó su relato, y le di mi respuesta:
- Si de verdad has sido bendecido por Daghdha, debo hablar con él antes de tomar cualquier decisión. Preséntate aquí mañana y te transmitiré mi decisión sobre tí y tu alma.
- Así haré, Diosa Mórrígan.
Mis
súbditos acompañaron su alma hasta el monte en el que había
quedado su cuerpo dormido, no sea que se perdiera por el camino y la
liáramos. Despertó, y pese a que quedaban horas todavía para el
amanecer, emprendió la vuelta a través de los caminos silvestres
del monte.
Por la
mañana acudí al templo de Daghdha, y el portero me dijo que se
había ido a jugar al golf. ¡Qué pesado! Desde que los Celtas de
Escocia inventaron el golf todas las semanas baja al plano terrenal
para echarse unas pelotas con los colegas. Que yo no digo que el
planeta esté tan descontrolado porque Daghdha, Dios supremo, esté
más pendiente de sus pelotas (de golf) que de hacer su trabajo,
líbreme el propio Daghdha, pero me molesta tener que bajar al plano
terrenal por los gustos de este viejo senil. Aunque claro, si
contamos los años que tengo yo, también soy una vieja.
Me
acerqué a hablar con Él. "Ya sé a lo que vienes", me
dijo.
- Dale una buena muerte de guerrero.
- Y ¿ya está? Tras todo lo que me ha contado de su misión sagrada, que tú le bendijiste...
- Sí, sí... y todo eso. Mira, es que me pillas mal, ahora estoy jugando al golf en este campo de Murcia, regado con agua del Tagus, y como te haga mucho caso me van a ganar estos cabrones de dioses Íberos.
- Bueno, pues le hago un ritual de Héroe...
- No, no, de guerrero raso. Que lleva casi un año sin pisar tierra Celta, con lo que el nombre de Celta casi se lo tendría que quitar. Y Errante, errante, dentro de poco hará cuatro años en Guadalajara, con lo que tampoco es ya muy errante. Venga, hala, hazle algo bonito y ya está, que tampoco es para tanto.
Me dejó
tan sorprendida que no supe que contestarle.
El
Celta Errante acudió por la noche a mi palacio. Nos tomamos unas
guinness y hablamos durante algunas horas todavía, pues pese a ser
un guerrero raso seguía siendo un humano muy interesante, con un
gran bagaje en la vida. Es lo que tiene que fuera errante, y lo que
tiene no haber tenido televisión durante años, y haberse tomado la
pastilla roja que le dio Morfeo, y tantas otras cosas que hizo en su
vida.
Caminamos
pausadamente hacia el embarcadero, descendiendo desde mi palacio.
Íbamos en silencio, él disfrutando de sus últimos momentos en mis
dominios. Al llegar al final del camino nos despedimos con un fuerte
abrazo. Subió a la barca que le llevaría a las islas donde
descansan las almas de los héroes. Al final decidí pasarme por mi
forro divino lo de "guerrero raso", que para algo son mis
funciones y no las de Daghdha.
Corté
el cordón de luz que mantenía la unión de su alma con su cuerpo.
El Celta Errante había muerto.
- Entonces, es un héroe para ti.
La voz
de Daghdha me sorprendió. Guardé silencio pensando la respuesta.
- Sí. - dije finalmente.
- ¿Tú crees que renacerá como el Ave Fenix? - le pregunté.
- ¿Tú estás tonta? El Ave Fenix no existe, eso un mito de los romanos. Débiles de mente y peores guerreros. Anda que no me divertí destrozando legiones en mis años mozos...
Mientras
la barca se alejaba hacía las islas sagradas, Daghdha y yo nos
encaminamos de vuelta a mi palacio. La ocasión se merecía unas
guinness...